jueves, 16 de junio de 2011

El peregrino

     Hace unos doscientos años, vivía un peregrino llamado Cristóbal, de procedencia humilde, que comenzó el Camino de Santiago durante el año Xacobeo, ya que, como su vida no era un lujo, quería disfrutar al pasar al otro lado. Cuando llegó a la frontera de Francia y España, en Ronces valles, pasó la noche en una posada que tenía un amigo suyo. En ella pasó la noche y el día siguiente, en el que su amigo le ofreció alimento, dinero y la compañía de su hija María, dos años menor que Cristóbal de la cual estaba enamorado desde pequeño, aceptando gustoso.

     Caminaron durante cien días por el paisaje vasco y cántabro, hasta que una noche, unos bandidos les atacaron y robaron y en el ataque, mataron a María. Sin dinero, pocos víveres y una honda pena, el peregrino prosiguió su viaje. Dos horas más tarde, se durmió al pie de un pino. A las dos horas, se despertó sobresaltado por un resplandor. Un retablo de la vida de San Cristóbal había aparecido de repente. En él se leía: " si a tu amiga quieres salvar, antes de un mes a Santiago has de llegar".
     Sin más dilación, Cristóbal cogió el retablo y aceleró su marcha a Santiago. Durante su camino, muchas situaciones de su trayecto se asemejaban a imágenes del retablo, aunque no le dió mayor importancia, hasta que llego a su destino.
     Cristóbal llego a Santiago una mañana fría de febrero, veintinueve días después de la aparición del retablo. Al entrar en la Catedral, un cura salió a su encuentro. Después de los saludos ceremoniales, Cristóbal procedió a contarle su historia. Conforme avanzaba en su relato, la cara del cura iba volviéndose cada vez más pálida. El cura, se disculpó, y salió corriendo a avisar al obispo. Tras escuchar su historia, el obispo condujo a Cristóbal a los sótanos de la catedral. En ellos, le enseñó una sala en cuyas paredes había unos escritos que predecían la llegada del descendiente de San Cristóbal, al cuál, se le concedería un deseo. Sin pensarlo dos veces, subió y se postró ante el altar, pidiéndole a Dios que le devolviese a María. En ese momento, sonaron las puertas de la Catedral. El cura abrió, y una figura conocida las atravesó. Era María.

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